Pacuco: armador del «Lucía y Nuestra Sra. del Carmen»

 

    • De niño salía a la mar en la mañana y por la tarde iba al “pósito marino” para aprender a leer y escribir. El cura que nos enseñaba, como vio que yo era listo y valía para estudiar, pidió permiso a mi padre, que era pescador, para llevarme a Las Palmas de Gran Canaria a seguir estudiando con una beca. Entré en el seminario pero no lo terminé, después fui radiotelegrafista y finalmente saqué una plaza en un banco. Aun así, yo salía a pescar cada día antes de ir a la oficina. El mar me tenía atado a él y ahora mi hijo, que es funcionario, cuando regresa de su trabajo sale también al mar. Algo genético tiene que haber en esto de la pesca.
    • De todos mis momentos duros en el mar recuerdo uno con especial intensidad. Fue un día que salí a pescar con mi padre en Pozo Izquierdo. El mar estaba normal pero ya dentro cambió de repente. Las olas eran enormes y el agua entraba en la barca. Yo, aún joven y sin experiencia, pensé que lo mejor era tirarme al agua y nadar hacia la costa para así salvar la vida. Mi padre me agarró y me dijo: si te tiras al mar moriremos los dos porque yo saltaré a buscarte y nos ahogaremos. Solamente juntos y en la barca tenemos posibilidades de vivir. Y así fue, juntos y achicando el agua conseguimos llegar a tierra. Yo aprendí a pescar con mi padre; él me trasladó toda su experiencia y muchas de las cosas más importantes que me enseñó no se encuentran en los libros. Yo lo adoraba y aún me veo a mí mismo sentado en la puerta de casa mirando al horizonte. Hasta que no veía las velas de los barcos aparecer no estaba tranquilo; eso significaba que mi padre venía sano y salvo y que, otro día más, yo podía respirar tranquilo.