- Pescando llevo ya treinta y cinco años, a los que se le suman siete de aprendizaje. Esta profesión hay que “mamarla” desde chico para llegar a amarla. Es una profesión dura, pero el amor y la ilusión en tu trabajo es la clave para seguir siempre.
- Yo con 14 años iba a pescar y me mareaba, lo pasaba muy mal, vomitaba… ¡¡¡y quería volver cada día!!! Cuando el cuerpo se habitúa al movimiento y al mar ya no mareas, ni aunque el mar te pase por encima. El sentido del equilibrio se desarrolla al máximo y tú corres de un lado al otro del barco, y ni te caes ni te das cuenta de que está todo en movimiento.
- En mi opinión uno de los grandes problemas del sector en Canarias es la comercialización y ahí las autoridades tendrían que preocuparse más por fomentar el consumo del pescado fresco de calidad porque, aunque es más caro es más salud.
- En mi barco, de 12´40 metros de eslora, somos dos personas: mi hijo y yo. Somos una empresa familiar y es un orgullo que mi hijo tome el relevo. Hoy ya es él quien lleva la batuta, tanto en el barco como en tierra.
- Cierto es que en la mayoría de los casos en que padre e hijo trabajan juntos en la pesca la cosa no funciona bien; en nuestro caso no es así. Llevamos ya un año trabajando solos y estamos muy bien compenetrados. Yo sé que mi hijo está perfectamente preparado, por lo que confío plenamente en su trabajo y decisiones. Ambos tenemos el mismo alto grado de responsabilidad en lo que hacemos y en mis 35 años de profesión nunca lo había conseguido con nadie.
- Lo peor en el mar es encontrar un cuerpo. Recuerdo una vez que unos compañeros llamaron desde el barco a tierra informando de haber encontrado uno. Nosotros avisamos a Salvamento Marítimo y el barco tuvo que estar custodiando el cuerpo en el mar durante cuatro horas, hasta que Salvamento consiguió llegar al lugar.
- Por el contrario, lo más alegre y emocionante que recuerdo fue una noche estando en puerto, casi de casualidad y en la oscuridad descubrimos un matrimonio que había caído al agua y se estaba ahogando. Corrimos, los conseguimos rescatar con vida y, una vez ya en el centro de salud, cuando ya estaban en buenas manos, me paré y pensé en lo que había hecho: me dio una “flojera” tremenda ¡¡¡había salvado dos vidas!!!